El 23 de enero de 1893 fallecía el poeta y dramaturgo José Zorrilla, autor entre otros del clásico Don Juan Tenorio, y una ciudad tan culta como la Cartagena de finales del siglo XIX no iba a permanecer ajena a tan importante deceso. Pocos días después el doctor Oswaldo Codina, colaborador del diario local El Mediterráneo, publicó un artículo en los periódicos locales haciendo un llamamiento para que los intelectuales de la ciudad celebrasen una velada en honor a Zorrilla. De este artículo se hizo eco, y nunca mejor dicho, El Eco de Cartagena a través de su colaborador Manuel Bielsa, quien no tenía duda de que Cartagena debía y podía celebrar dicha velada. Y como no hay dos sin tres fue el presidente del Círculo-Ateneo de Cartagena, el señor López Rodríguez, el que decidió convocar una reunión con lo más granado de la cultura y las artes de la ciudad. En la misma se acordó nombrar cuatro comisiones y cada una de ellas tendría una misión que cumplir.

A la comisión organizadora le correspondió todo lo relativo al local de celebración, incluido el tema decorativo, y aunque la intención era buscar un lugar más grande que los salones del Círculo-Ateneo finalmente fueron éstos los elegidos. La comisión artística estuvo formada por Eduardo Lafuente, Juan Miguel López, Ricardo Manzano y Camilo Molina y a ellos les tocó definir la parte musical. Por otra parte la comisión literaria formada entre otros por Valentín Arróniz, Adolfo Rodríguez Gámez y el citado doctor Codina se encargó de elegir los textos que se iban a leer esa noche. Finalmente la comisión de la prensa decidió que su obligación era confeccionar un periódico extraordinario dedicado exclusivamente a Zorrilla.

El viernes 17 de febrero, cuando todavía no había transcurrido un mes desde el fallecimiento del poeta, los salones del Círculo-Ateneo estaban repletos de espectadores ansiosos de presenciar un auténtico espectáculo artístico-literario. Como decía un periodista de la época refiriéndose a la velada, «hay que confesar que son de un grandísimo efecto estas alternativas de música y verso las dos artes más simpáticas del mundo, y que no dan lugar ni al asomo siquiera del aburrimiento». Y efectivamente se alternaron estas artes pues comenzó la banda de Infantería de Marina interpretando la Fantasía de Tannhauser, siguió un discurso del párroco del Sagrado Corazón de Jesús, e inmediatamente después la señorita Isabel Díaz Guardiola ejecutó una preciosa Polonesa de Chopin. El señor Rodríguez Gámez leyó unas poesías seleccionadas, a continuación sonó el Cuarteto nº 43 de Haydn para dos violines, viola y violonchelo y finalizó esta parte con la lectura de un párrafo de la obra Traidor, inconfeso y mártir y algunos trozos del Tenorio que no podía faltar.

Para no cansar al lector y por razones de espacio he preferido no enumerar el resto de las piezas interpretadas salvo una de ellas. Me estoy refiriendo a la marcha fúnebre Al pie de la tumba, del maestro Ramón Roig quien también compuso en nuestra ciudad el pasodoble La gracia de Dios. Con esta obra se dio por concluida esta magnífica velada en la que los asistentes se llevaron consigo dos cosas, el recuerdo de lo vivido y el periódico extraordinario que se realizó en honor del gran poeta Zorrilla que se repartió en el intermedio.