Ayer mientras tomaba un café en la plaza del Rey, uno de los enclaves más singulares de la ciudad y con más cambios a cuestas, no pude evitar echar la vista atrás y recordar su antiguo sabor cartagenero. Al parecer, su nombre se debe a que en el lateral derecho de la plaza se levantaba una de las Casas Reales que, hasta 1926, albergó el cuartel de Batallones de Infantería de Marina. Por esa época y hasta los años 50, el lugar contó incluso con una pintoresca edificación, tipo modernista, en la que se ubicaban unos urinarios públicos, un kiosco y también un transformador de la luz.

En los años 60 seguía siendo una coqueta plaza, más recogida que ahora puesto que se permitía el tráfico a su alrededor, integrada por una fuente no muy grande, que era una verdadera preciosidad; un par de pérgolas asimétricas, no muy tupidas; un considerable arbolado en sus laterales, que proporcionaba magnífica sombra; y una decena de bancos de piedra, de material similar al granito, que se apostaban enfrentados dos a dos. Por cierto, el hueco formado por los apoyos en el suelo de estos bancos servía de porterías de fútbol a muchos zagalicos que, a la salida del colegio de los HH Maristas, en vez de acudir al Tívoli a jugar a las máquinicas, preferían quedarse en la plaza dándole patadas a una pequeña pelota de goma, de esas de color verde oscuro que regalaban al comprar unos zapatos 'Gorila'?

Años después, en la década de los 80, esta plaza adquirió una estampa más moderna cuando se instaló una fuente en el centro, de forma rectangular, con unos tubos por los que salían los chorros de agua pero que, simultáneamente, se movían con precisión al compás de unas piezas musicales. El caso es que, cuando soplaba el lebeche, los altibajos de las melodías originaban que esos chorritos de agua -como si de aspersores se tratase-, 'bañaran' no solo el suelo circundante sino a todo aquel que pretendía tomar un aperitivo en las mesas aledañas. Por ese motivo, y por los posibles resbalones de las gentes, se decidió echar tierra al asunto, nunca mejor dicho, y tanto la fuente como sus tubitos (y los dineros invertidos) quedaron enterrados bajo una tonelada de tierra con la que se conformaría, al final, una especie de montículo en el que se plantaron algunos árboles finos para acompañar a los que quedaban.

Ya en los 90 se construyó bajo la plaza un aparcamiento subterráneo que, lógicamente, daría al traste con toda la flora y; a partir de ahí, solo se pudieron plantar árboles pequeños y de cortas raíces que hacían complicado encontrar las zonas de sombra. Por último, veinte años después (2010), para aliviar del impacto de la luz solar a los cartageneros que frecuentaban la plaza, se decidió una nueva reforma para llegar a su estado actual donde el protagonismo lo alcanza un bosque artificial formado por pérgolas de acero galvanizado, de troncos y brazos a diferentes alturas, que ya no es preciso regar y cuyas 'raíces' están lejos de poder levantar el suelo. De forma muy general, esta podría ser la historia de los últimos cien años de una plaza que, de momento, sigue siendo del Rey.