La arquitectura modernista representa la transición de la arquitectura historicista del siglo XIX a la arquitectura del XX. El término modernismo reúne de manera implícita la búsqueda de innovación técnica y formal. Comienza reivindicando el trabajo artesanal, como más tarde hará la Bauhaus, como una reacción a la producción industrial.

La arquitectura modernista posee un componente definidamente urbano, ya que la nueva burguesía, estrato social que se podía permitir sufragar el coste de las nuevas construcciones, vivía en las ciudades. Esta clase social buscaba proporcionar a sus residencias de formas refinadas imposibles de obtener por la industrial. Este estilo arquitectónico gravita en la persecución de una belleza funcional para conseguir crear gratas ciudades de aspecto distinguido y fresco, al gusto de esa nueva burguesía adinerada surgida de la industria y el comercio, aplicando profusamente una ornamentación de tipo orgánico.

Aunque existe una simetría subyacente en el fondo, en las formas se descartan los conceptos pesadamente monolíticos y se sustituyen por la asimetría y la ondulación, mediante la integración de todas las artes y técnicas artesanales.

Aunque existen modernismos diferentes y de altísimo nivel en el resto de Europa, todos ellos adaptados a la idiosincrasia de cada país, la impronta dejada en el Mediterráneo español es de singular importancia. Nuestro modernismo se expandió desde Cataluña por toda la Península, debido a la alta permeabilidad de esa región a la influencia cultural del resto del continente, pero es en todo el Levante donde arraigó el estilo con fuerza.

Doménech i Montaner, Joseph Puig i Cadafalch o el máximo representante del estilo, Antonio Gaudí, adaptaron profundamente las nuevas formas al gusto y a la luz del Mediterráneo, haciendo protagonistas las decoraciones con estética naturalistas plenas de libertad decorativa. Las construcciones modernistas se inspiran en la naturaleza, en organismos llenos de vida que imprimen movimiento a fachadas, hasta entonces, hieráticas, a veces, grandilocuentes y un tanto fatuas.

En la migración del estilo por la costa levantina existió un nodo en el que se unieron varios factores, circunstancias que aportaron las condiciones óptimas para que las nuevas formas se asentaran. Esa concurrencia se sitúa en Cartagena. La nueva burguesía cartagenera, resultante de la industria minera, portaba, desde su Cataluña de origen, el gusto por la nueva arquitectura, y el arquitecto Víctor Beltrí sería su máximo exponente.

Beltrí, como ocurre en el resto del modernismo, integra en el singular Huerto de las Bolas las artes decorativas del momento: el hierro, la cerámica y el cristal, aplicando profusamente la técnica de origen catalán conocida como Trencadís, con evidente inspiración en lo creado anteriormente por Antonio Gaudí.

El carácter mediterráneo de la técnica del trencadís favoreció su implantación en las construcciones de Cartagena, aunque con variaciones, modificaciones que aportan singularidad en el resultado y marcando la personalidad del arquitecto influido por el entorno y las cerámicas típicas de la zona.

El popularmente conocido como Huerto de las Bolas (Torre Llagostera), es el ejemplo en el que Beltrí actúa con mayor libertad, generando un novedoso diseño de villa y entorno. Un notable conjunto que sobresale del resto de lo realizado hasta la fecha por el tratamiento de los jardines, conjuntando naturaleza y elementos arquitectónicos de una forma fresca y espontánea pero a la vez decididamente estudiada, que demuestra el gusto por los pequeños detalles.

El Huerto de las Bolas, desconocido por muchos, es una de las joyas de nuestro patrimonio, un tesoro que debemos proteger. Es conveniente hacer un esfuerzo para que todos nuestros conciudadanos puedan conocer este notable bien, para, de esta manera, crear una conciencia patrimonial que ayude a conservarlo.