La Comunidad ordena a la Confederación Hidrográfica Segura (CHS) que selle los pozos, van y lo intentan, los agricultores dicen que lo mío es mío y lo tuyo negociable y que de tapar nada mientras el fiscal de Medio Ambiente decreta que hay que investigar penalmente, que esto del agua del Mar Menor empieza a parecerse a los muertos de Portman.

Los primeros días de junio, siempre invitan a pasar revista, como quien examina lo que fuera suyo mientras pide explicaciones a lo inevitable. Lo mejor que tiene recorrer La Manga es que sabes que siempre tendrás que volver sobre tus pasos, como una reencarnación que dura un rato y en la que siempre pagas precio. Si lo haces en bici encontrarás a tu vuelta el papel que se te cayó a la ida. Si lo haces en coche tropezarás con la humareda del inútil acelerón a la salida del semáforo de la última prisa. Si lo haces en barco tu propia hélice se enredará en la bolsa de plástico que dejaste volar al descuido en el anterior golpe de viento libre. Pero si en un ataque de atrevimiento lo haces intentando sobrevolar el pensamiento de décadas atrás, tropezarás con miles de metros cúbicos de hormigón apalancados, como si se hubieran forjado con tipos de encefalograma plano y al cero por ciento de interés en nada que no fuera lo suyo y lo de sus amigos.

Es verdad que al mar, en esta parte del desaguisado y mirando al horizonte no se le nota nada, el problema es cuando recoges la mirada de vuelta y tropiezas con todo lo que pudo ser y no fue mientras te metes mar adentro y poco a poco disfrazando el frío de atrevimiento. ¿Cuántos miles, millones de euros de hoy que fueron miles de millones de pesetas antes, que explosionados en un empeño dieron forma a un Puerto Mayor que no es más que un residuo vallado y oxidado de pretextos, o a un Casino que por jugar siempre a oros, nos dejó sin espadas para la siguiente pelea, o a un campo de golf en Veneziola que por pelotas pretendió pintar de césped los cardos borriqueros y dijeron que no hay más agua que la que no arde.?

No sabemos qué habrá sido de quien tomó cada decisión pero sí sabemos qué ha sido de nosotros, uno audita el esfuerzo inútil emergiendo a su alrededor en forma de chalet, puerto, edificio o campo de golf, levantado con esmero y abandonado con el mismo opuesto desapego y empieza a desbordarse cuando intenta cuadrar esa caja implacable que dice que debemos ya todo lo que somos capaces de generar cada año, o el 100% del PIB para ser exactos y aparece el esfuerzo inútil generando melancolía.

Ya decía Marx que «la propiedad no utilizada era un abuso material» así que no se extrañen si podemos, si pueden, o si podrán voltear el formato porque las consecuencias de no ser capaces de hacer planes más allá de cada par de narices dimensionadas a menos de cuatro años son evidentes, unos levantan y otros liquidan o a la inversa y se hace inevitable plantear el desgobierno como una forma de gobierno y apelar al bendito orden del caos para empezar a perdernos y encontrarnos en la parte de esta lengua de tierra y mar que continúa mágicamente orquestada, operativa, funcionando con un envidiable ritmo y sincronía, la del final, la del principio del tiempo, la de las dunas y las encañizadas, la que no ha tenido planes parciales ni totales, ni comisiones para decidir.

Esa funciona como siempre, con sus arenas yendo y viniendo y su mar entrando y saliendo fruto del inevitable desgobierno que todo lo acaba gestionando y uno piensa si acaso es mejor no decidir a ver si así nos sorprendiera la recta interminable y la piel y el pensamiento dejara de picarnos al salir.