En mayo de 1969, mientras el Apolo X sobrevolaba la superficie de la luna a 15 km de altura, en un preludio de lo que sería el paseo de Neil Armstrong por el satélite semanas después; España entera celebraba aún el inesperado éxito de Salomé en el Festival de Eurovisión, con su canción Vivo cantando; los aficionados del Real Madrid hacían lo propio tras conquistar una nueva liga, con Amancio al frente del Trofeo Pichichi; y la Iglesia festejaba, para sorpresa del Gobierno de Franco, el capelo cardenalicio otorgado por el papa Pablo VI a Vicente Enrique y Tarancón.

Entre tanto, en Cartagena la gente se felicitaba por la aprobación del presupuesto para la construcción del Rosell, de unos 168 millones de pesetas; el Simca 1000 y el Seat 600 dejaban ya paso al Seat 124 y al Renault 12; en el cine Mariola, entre la tienda de Avelino Marín Garre y la cafetería Chamonix, se proyectaban películas como El Graduado; y Ginés Huertas Celdrán, alcalde desde hacía tres años, asistía a la inauguración de un pequeño y sencillo monumento en la confluencia de las calles Sagasta, Carmen y Santa Florentina con Puertas de Murcia, justo frente al palacio Pedreño que albergaba ya las oficinas de la CAMPSA. Efectivamente, me refiero a esa obra del prestigioso escultor cartagenero Manuel Ardil Pagán, conocida como El Icue, que el 22 de mayo de ese año pasó a formar parte de la vida de Cartagena y que, además, sirvió de fiel compañero durante un tiempo al guardia urbano que, de vez en cuando, dirigía el tráfico a la altura de Radiohogar Arroyo.

Cuarenta y siete años después habrá que convenir que el tiempo ha dejado su huella en todos nosotros pero, sin duda, ha sido mucho más benigno con este joven cartagenero de bronce que, de pie y entre los bloques de hormigón de un peligroso rompeolas, agarra en su mano con vitalidad y alegría un boquerón de buen tamaño -un aladroque para el cartagenero-, al que incluso parece estar susurrando algo. Por otra parte, a tan entrañable escultura ese 'tiempo' del que hablamos le ha proporcionado una gran solera hasta convertirse en un verdadero símbolo de la tierra que, en definitiva, viene a retratar el modus vivendi de tantos y tantos chiquillos que, con alpargates o sin ellos, recorrían nuestras calles, plazas y calas en la vasta medianía del siglo XX.

Así pues, como para las nuevas generaciones no existe nadie que no esté presente en la 'red'; y dado que este zagalico -el Icue-, no dispone hasta el momento de Facebook ni de cuenta en Twitter, puede que no sea mala la idea que algunos vienen lanzando, desde hace tiempo, de dotar a esta escultura de una pequeña y discreta placa en la que se explique, tanto a los noveles del lugar como a los foráneos, el marcado simbolismo que encierra.

Por último, además de felicitar a nuestro querido Icue, reseñar que hace un año por estas fechas nos dejaba para siempre, a los 62, el dolorense José López Cela, Pepe para muchos; que fue el niño cuyo cuerpo sirvió de modelo al maestro Ardil. Que Dios lo tenga en su Gloria.