Hay personajes en la historia de una ciudad que a pesar del transcurso del tiempo dejan una huella muy profunda en quienes de un modo u otro llegaron a conocerlos. Sin duda la protagonista de la historia de hoy es uno de ellos porque, más de tres lustros después de su fallecimiento, la Charito es recordada aún por muchos cartageneros. Y digo esto ya que en las visitas benéficas que periódicamente realizo al cementerio de los Remedios, al llegar al panteón de la familia Berizo y nombrar el parentesco que les unía con ella, siempre hay alguien que esboza una sonrisa.

Esos labios pintados de color chillón, la peluca rubia, los llamativos vestidos que lucía y las grandes gafas que ocultaban sus ojos, formaban parte del paisaje habitual de la calle Mayor o de cualquiera de los bares de moda del centro. Pero detrás de ese maquillaje había una persona, Rosario Berizo Terrer, hija del teniente coronel de Infantería Alfonso Berizo Lardín, primo del recordado general López Pinto. El oficio de su padre hizo que recorriera varias ciudades de la geografía española, incluido un periplo en Murcia donde fue vecina del bisabuelo de quien esto escribe en el número cinco de la calle San Lorenzo. De su etapa escolar sabemos que fue alumna del Asilo de la Rambla pues su nombre aparece entre las premiadas en dicho centro en 1925.

La Charito fue entrevistada en la revista ´Cartagena Viva´ a mediados de los años ochenta por mi amigo el periodista Francisco Mínguez Lasheras, acompañado en la parte gráfica por el fotógrafo Francisco Bruno. Gracias a esa entrevista pudimos conocer un poco mejor lo que pensaba y sentía este personaje de la sociedad cartagenera. Famosa era su costumbre de bañarse todos los días del año hiciera frío o calor en el Faro de la Curra, en el muelle de San Pedro, pero posiblemente ninguno sabíamos cómo seleccionaba sus trajes de baño. Los bañadores que tenía más viejos los usaba en invierno ya que la veía menos gente y los nuevos en verano que era cuando más personas la podían observar. Normalmente se trasladaba al faro en taxi pero al fallecer su madre le quitaron la paga que recibía de su padre y decidió ir andando, generalmente después de comer.

Entre sus ambiciones juveniles figuró la de ser artista pero un tío suyo que iba a encargarse de hacerla famosa desgraciadamente murió de forma repentina. Quería ser artista de cine porque como ella misma confesaba en la citada entrevista «canto muy mal para ser cantante». Le gustaba que le llamaran por su nombre, pero sabía que para muchos cartageneros era Charo o Charito y para algunos graciosos ´Charito-mucha-marcha´. Como persona coqueta que era llegó a tener hasta cinco pelucas diferentes y aunque le gustaban las joyas tras haber sido objeto de algún robo se inclinó por la bisutería.

En su residencia de la calle Jara, en el edificio que ocupa actualmente la cofradía marraja, vivía acompañada únicamente por cinco perros a los que nunca puso nombre. Si algo añoraba nuestra protagonista eran los tiempos dorados en los que acudía a bailes en el Casino, Club de Tenis o en el Club de Regatas de la que llegó a ser socia. En uno de esos bailes acabó bailando a solas con un marino de alta graduación e incluso les hicieron un corro y terminaron aplaudiéndoles.

Amiga de la vida nocturna, entre sus bebidas favoritas se encontraban el vermut y los cubalibres. Y hasta aquí el recuerdo a la Charito, uno de los personajes de los llamados clásicos que pulularon por nuestras calles de antaño.