a energía eólica es, sin lugar a dudas, una inagotable energía límpia, rentable y de gran futuro. Pero es, a la vez, una energía tradicional que, desde tiempos inmemoriales, ha servido para impulsar el desarrollo humano, tanto como a naves o molinos.

Los investigadores no se ponen de acuerdo sobre quiénes fueron las primeras civilizaciones en utilizar el poder del viento para mover esos gigantes a los que no pudo vencer Don Quijote pero que hoy yacen, moribundos por nuestros campos.

En nuestra zona, donde no hay ríos que permitan utilizar la energía hidráulica, no se pudieron construir molinos de río, pero sí estas espectaculares torres que, en un número superior a 300, jalonaron nuestros campos, presentando un imponente paisaje que, parafraseando a Carmen Conde, era como si los navíos mediterráneos se hubiesen adentrado tierra a dentro como una armada invencible que superó a todos los elementos pero que no han podido contra la incuria y nuestra dejadez hacia el patrimonio.

El primer documento escrito que conservamos que hace referencia a la construcción de un molino de viento en nuestra Comarca está fechado el 19 de octubre de 1383 y es una carta dirigida por el Concejo de Cartagena al de Murcia, pidiendo que se quiten los fielatos que Ruy Segado, vecino de Cartagena, había dado para traer a esta ciudad un árbol grande para un molino de viento. También existe otro de 17 de marzo de 1571, donde se dice que «se reedifican dos antiguos molinos de viento en lo alto del Molinete». El siglo XVI, por el aumento de la población y el aumento de los campos roturados y la necesidad de más harina para el alimento, supone un incremento importante en la construcción de molinos harineros en nuestra zona. En los posteriores siglos también aumentan los molinos salineros, de picar esparto y, sobre todo, los de sacar agua del subsuelo, gracias a los cuales se pueden cultivar huertos y crecientes zonas de regadío en estas tierras de secano.

Los molinos cartageneros, aunque hoy nos parezca extraño, inicialmente también estaban movidos por aspas, pero poco a poco, sobre todo a partir del siglo XVIII-XVIII, se fueron mudando al uso de la típica vela latina que también era utilizada por las embarcaciones de pesca de nuestro litoral y del Mar Menor. Esta característica la comparten nuestros con los de Grecia, por ejemplo y le dan una grácil luminosidad mediterránea y una presencia espectacular en el horizonte cuando están en funcionamiento.

Los molinos de viento están declarados Bien de Interés Cultural por la Comunidad Autónoma en expediente incoado desde 1995 y como ´molinos de vela del Mediterráneo´ son Patrimonio de la Humanidad por declaración de la Unesco en 1998. Sin ellos hubiese sido imposible la supervivencia de nuestra civilización y nuestros campos hubiesen sido inhabitables en estos siglos anteriores a los motores de gas, a la energía eléctrica y a las aguas del Trasvase Tajo-Segura. Ahora pueden parecer inservibles, restos de un pasado que se nos fue y un capricho demasiado caro de restaurar.

Existen cada día más experiencias en La Mancha, en Holanda, en Grecia y en otros muchos países, de usos modernos, alternativos y rentables que, con imaginación e iniciativas, deberíamos también aprovechar para los nuestros: Establecer en ellos una red de pequeños alojamientos rurales, destinarlos a museos, centros de interpretación, centros de información turística, establecimientos artesanos o gastronómicos y, en esta época en que la energía eólica vuelve a ser una apuesta de futuro, utilizarlos para ahorrar gasto en energía eléctrica en numerosas aplicaciones, incluidas las tradicionales.

No se ama lo que no se conoce, por eso es fundamental la labor que iniciaron gentes como Ginés García Martínez, Carlos Romero Galiana y ahora la Liga Rural del Campo de Cartagena o la Asociación de Amigos de los Molinos de Viento de Torre Pacheco, divulgando el amor a los molinos de viento por los colegios, institutos, colectivos culturales y asociaciones de todo tipo, organizando encuentros, visitas guiadas, rutas molineras y Fiestas de los Molinos. Los ayuntamientos deben seguir este ejemplo y el de Cartagena con la mayor parte de los más de doscientos molinos censados, el que más, empezando por el que es de su propiedad, el que se divisa presidiendo la entrada a la ciudad desde la autovía: el molino harinero de Los Mateos, que situado encima de una pequeña colina, sería lo que debe ser: un verdadero símbolo de la ciudad y de su campo.

El turismo es una industria en la que tenemos puestas nuestras mejores esperanzas y los molinos de viento, junto con todo el patrimonio rural, han de ser unos grandes aliados para vender a miles de cruceristas que tenemos ciudad pero también tenemos una gran Comarca que visitar. Por eso hacía falta este vídeo divulgativo sobre los molinos de viento cartageneros que ha realizado la Liga Rural y la Fundación Integra y que se puede ver en sus web y también en Youtube.

La tarea es amplia pero apasionante: hay que evitar que nuestros molinos se desmoronen, hay que emprender un plan de rehabilitación con un calendario para los próximos años, hay que ir dotando a los molinos de nuestra tierra de usos alternativos y turísticos, hay que implicar a la sociedad, a los dueños y a los emprendedores, hay que darlos a conocer, desde la escuela, como hace el Instituto Sabina Mora de Roldán, y hay que exportar nuestros molinos en ferias nacionales e internacionales de turismo, hay que establecer rutas molineras y hay que apoyar la Fiesta de los Molinos del Campo de Cartagena.