Con ocasión del mes cultural que en Cartagena se organiza en este año cervantino, no está de más escribir unas líneas sobre el gigante escritor, el sin par creador, junto a Cide Hamete Benengeli, su alter ego, de la más grande novela moderna. Es significativo que Miguel de Cervantes utilice este juego de autorías, diciendo que realmente él no es su autor, sino que se limitó a transcribir lo escrito por este literato morisco. No quiero pasar por alto que a Cervantes no le era ajena la lengua y las culturas árabe y morisca, bien por su cautiverio de 5 años en Argel, bien porque en aquella época le tocó convivir y recaudar a los moriscos, muy abundantes en el sur de la Península y asistir a su expulsión. Es el mismo Sancho quien se encuentra con el morisco Ricote, que sin duda hace referencia a los últimos que fueron expulsados en 1613 del valle del mismo nombre, en nuestra región. Don Miguel siempre mostró simpatía ante los pobres, desvalidos y sufrientes de injusticia, y en este caso, mostró su tristeza ante los últimos expulsados de sus pueblos.

Se conoce que el herido en Lepanto pasó en dos ocasiones por la Región y Cartagena, a cuya ciudad y puerto dedicó esos versos, harto conocidos, en su obra Viaje del Parnaso, de 1614. Hay quien dice que la primera vez que vino, en 1568, llevaba demasiada prisa, tal vez huyendo de una pena de destierro por haber herido o matado un año antes a un tal Juan de Segura. El caso es que embarcó en nuestra ciudad y subió por Valencia y Barcelona hasta Italia, oficialmente como poeta en el séquito del Cardenal Acquaviva. Desde allí, solicitó ejecutoria de limpieza de sangre, tal vez para justificar su acto y ser perdonado.

La vida de contable y recaudador hizo al discreto Cervantes dar muchos tumbos en su existencia. Fue en 1581 cuando a estas tierras por segunda vez acudiere con el fin de embarcar a Orán, llevando unas secretas cartas para el alcaide de aquella plaza. Recibió por ello 100 escudos y su misión venía a ser algo así como un encargo de agente secreto. También pasó por Murcia, en la que fue bien acogido. Puede que por ello allí situare el origen de La Gitanilla, cuyos padres resultaron ser el corregidor de Murcia y su mujer. También está presente la Región en la primera salida de Don Quijote. Los mercaderes que lo apalean porque el hidalgo quería obligarles a reconocer a Dulcinea como la más hermosa dama, viajan de Pastrana a Murcia.

Hay que valorar el halago en verso al puerto de Cartagena, viniendo de quien conoció tantos del Mediterráneo. Cuatro siglos después, cuando los pasajeros bajan de los cruceros que visitan la ciudad pueden leer: «Y con esto poco a poco llegue al puerto / a quien los de Cartago dieron nombre,/ cerrado a todos los vientos y encubierto,/ a cuyo claro y sin igual renombre / se postran cuantos puertos el mar baña,/ descubre el sol y ha navegado el hombre». Aún hoy sentimos la emoción que sintiera el genio, que aún recordaba en 1613, en la distancia, el puerto y esta ciudad mediterránea llena de historia.

Como bien escribió Alberto Colao,«Cervantes canta la nobleza de Cartagena por su ilustre antigüedad, subrayando un timbre de gloria de la ciudad histórica». «Un Viriato tuvo Lusitania, un César Roma, un Aníbal Cartago» se lee en el Quijote y aquí se recoge este honor al referirse a la Nueva Cartago. Se imagina Colao a Cervantes en conversaciones con los marineros y pescadores cartageneros, oyendo sus relatos de notables sucesos. Lo que no hay duda que Cervantes vio fue la inconfundible silueta de la ciudad, con su castillo y su cerro llenos de molinos de viento, entonces aún de aspas, antes de su trastocamiento en vela latina, siglos después.

Imagino que aprovecharía el viaje si no para gozar de la hospitalidad de los monjes del monasterio, sí para saborear las dulces naranjas de San Ginés de la Jara, famosas en la Comarca, donde de haberse quedado más tiempo, la inteligente, amorosa y creativa mirada de Cervantes habría hecho más eterna a nuestra Región y cuatrimilenaria a Cartagena.