En palabras de García Lorca, «el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y, al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. Es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un pueblo y el barómetro que marca su grandeza o su descenso». Al Teatro hay que dedicarle la vida entera, entregarse como a todas las artes: con el corazón en la mano abierta y tendida, con todos los sentidos en danza y con la cabeza en plena ebullición creativa y receptora.

Yo lo intenté. Recuerdo mi papel en el reparto de El último mono, que dirigió el maestro Pepe Ros. Eso, el haber estudiado teatro en la universidad con César Oliva y haber asistido a montajes de Antonio Saura, Fulgencio Martínez, Nacho Vilar, Alfredo Zamora, José Antonio Ortas, Enrique Escudero, Alfredo Ávila, etc, han hecho acrecentar mi admiración y respeto ante el maravilloso mundo del arte dramático. Hace poco que volví a entrar en aquellos vestuarios del salón parroquial, me colé entre los actores mientras se maquillaban y vestían. Fue una experiencia emocionante. Aún había, entre las paredes, algún boceto de los que yo hice para el decorado de aquella obra. Tenía yo 26 años y desde entonces he perdido amigos que fueron actores en aquella obra, como María José Cruz o Nino Vera.

En la vida todo se desvanece, pero todo queda. Nada de lo representado ha sido en balde, porque nos ha unido entre risas o entre lágrimas, hemos disfrutado y hemos padecido, pero hemos crecido juntos. El teatro no es un entretenimiento, es una necesidad para la sociedad y para el alma, que viene apoderándose de nosotros desde los tiempos de la Grecia clásica o antes. El teatro es libertad inamordazable, despierta pasiones y conciencias.

Hacer teatro en los pueblos tiene mucho mérito: tantos esfuerzos, tantas horas empleadas buscando el texto, ensayando, montando la escenografía, cosiendo el vestuario, preparando la iluminación y la música? Al final parece que todo queda en una suerte de arte efímero que se acaba con una o pocas representaciones? Pero no, queda para siempre, es eterno, permanece muy adentro de nosotros, se posa en el imaginario colectivo y queda grabado en nuestra retina. El teatro cambia, sin darnos cuenta, nuestra manera de plantearnos la vida y contribuye a llevar a cabo aquello de "nosce te ipsum", conocerse a uno mismo que decían los clásicos.

Decía Marc Chagall : «adoro el teatro y soy un pintor. Creo que los dos están hechos para ser un matrimonio con mucho amor». Yo no hubiese llegado a la altura interpretativa de los estupendo actores y actrices que hay en nuestra Comarca, pero al menos puedo presumir de ser buen público, que también hace falta en una representación, y de recoger, con todos mis sentidos, miles de ideas sugestivas e imágenes imborrables que son un regalo que en cada representación disfruto.

Hacer teatro, vivirlo juntos, es compartir la magia de la comunión, conmoverse al unísono, actores y público, y emocionarse hasta las lágrimas. Todo esto lo he vivido en el certamen de teatro de Pozo Estrecho que ya va por la XXII edición, pero que hunde sus raíces en un pueblo que siempre ha vivido esta pasión: desde los autos sacramentales, la representación de Los Pastores, los teatros de los caserones como Torre Nueva o todo lo sembrado por pioneros como Narciso Ibáñez Menta, Rafael García, Víctor Paredes, Pepe Ros o los varios grupos de la localidad con La Aurora al frente.

Hacer teatro es hacer vida, compartir esfuerzos, desvelos, tiempo y tanto energías como imaginación, para que el arte de la escena siga existiendo en pueblos como Torre Pacheco, La Palma o El Algar. Las gentes del teatro nos hacen vibrar, sentir, pensar, reir, llorar, saltar, o imaginar un horizonte, y nos hacen sentir como dioses, príncipes, magos, cantores, duendes, bufones o titiriteros? ¡Arriba el Telón!