Quien esto escribe da por segura la cara de sorpresa del lector ante la temática elegida, pero como verá más adelante, lo escatológico no está reñido con la historia. En nuestra ciudad, a raíz de la noticia de la invención por parte de un sevillano de unos ´aparatos urinarios´ para Cádiz, la prensa local lamentaba en 1881 que aquí no existiera ninguno. Precisamente por la ausencia de estos auténticos servicios públicos había determinados rincones de nuestro casco antiguo que se convertían en improvisados retretes. Ese es el caso de la rinconada de la calle Honda con la plaza de San Francisco aunque también callejones como el de la Cruz, Bretau o el de la Parra eran muy recurridos. Tal falta de higiene provocaba periódicamente la queja más que justificada de los vecinos que residían en sus cercanías y que estaban hartos de soportar los malos olores.

Pero no vaya a pensar el lector que la posible instalación de un urinario no provocaba protestas, y así ocurrió con el que iba a ir ubicado en plena Puerta de Murcia frente a la Casa Pedreño en 1893. Personajes como Luis Calandre, médico y padre del famoso cardiólogo del mismo nombre, o el rico propietario Pedro Conesa, dueño del conocido Pasaje Conesa, figuraron entre las firmas que consiguieron que el Ayuntamiento desistiera de su construcción. Entre las razones esgrimidas por los perjudicados alegaban el «espectáculo poco edificante que ofrece el urinario en sitio tan céntrico y concurrido». Por ello no es extraño que en un momento determinado se eliminaran casi todos los urinarios públicos debido a los problemas causados.

Pero como todo vuelve, en 1914 el arquitecto municipal Francisco de Paula Oliver Rolandi presentó un proyecto de urinario para diferentes puntos de la ciudad. En él especificaba que el cerramiento sería de madera labrada y pintada, la cubierta de zinc y en el remate de la misma llevaría unos faroles iluminados con gas. Se distinguía entre kioscos de necesidad dotados de cuatro plazas con un sistema ´a la turca´ y depósito de agua con descarga automática, y kioscos urinarios de dos o tres plazas con descarga de agua por intermitencia. Como bien señalaba Oliver en la memoria de la obra los urinarios necesitaban un buen servicio de aguas de limpia para no producir olores ni tener un aspecto repugnante. También hubo intentos en 1920 de construirlos subterráneos pero el arquitecto municipal lo desaconsejó por lo costoso del proyecto.

De todos los urinarios que hubo en Cartagena durante el siglo pasado, el que más tiempo estuvo en activo fue el de la Plaza del Rey que todavía algún lector recordará. La originalidad en este caso residía en que además de aseo el edificio acogía un transformador de corriente de la Unión Eléctrica Cartagenera y un kiosco, un todo en uno que diríamos hoy. Si antes mencioné que todo vuelve, lo cierto es que los mismos problemas que provocaron su casi completa eliminación volvieron, y por ello en los años cincuenta del siglo pasado, a pesar de ser necesarios, el Ayuntamiento cerró estos urinarios que hoy hemos recordado.