La ignorancia no es un impedimento para el aprendizaje, ni mucho menos, la falta de conocimiento es la premisa necesaria para poder aprender. La barrera insalvable que incapacita a su poseedor es la soberbia. Creer que nadie puede enseñarte nada nuevo provoca, como mínimo, estancamiento intelectual e incompetencia. Por tanto las únicas posibles herramientas de actuación con las que cuentan los atrapados por la suficiencia son los prejuicios.

La ausencia de una conciencia crítica basada en el detenido raciocinio y la aplicación de juicios previos no contrastados produce, sin duda, pobreza en la diversidad de la expresión cultural. La repetición continua de un concepto equivocado no lo transforma en correcto, aunque sí que suele servir para que una mayoría, poco reflexiva, lo adopte como propio y lo añada a sus valores. El hartazgo repetitivo de las bondades de la huera producción artística puede provocar el éxito momentáneo, pero a la larga se consigue un pobre legado que hunde en la mediocridad al patrimonio cultural.

Por otro lado es fácil hacer caso de los que se vanaglorian de sus propias acciones, de los que cuando necesitan ir a algún sitio tienen que llamar a dos taxis, uno para ellos y otro para sus egos. Aquellos que, aunque se consideren ateos, son receptores de un, podemos denominarlo, 'Espíritu Santo', consiguiendo de esta manera criterios superiores al resto de la humanidad, eso sí, sin tener que realizar el humano esfuerzo del aprendizaje. Aquellos que sentencian cada vez que opina de los temas más variopintos, como si por nacimiento adquirieran las capacidades y conocimientos de miembro del Tribunal Supremo, o el internacional de La Haya mismo. Aquellos que hablan con tanta seguridad de poseer la razón, que a los que saben algo los hacen dudar y a los que no saben los hacen creer.

En un mundo en el que se ha instalado la relatividad perpetua, un mundo en el que ha desaparecido, lo que podríamos denominar el punto (0.0.0) de un hipotético sistema cartesiano, nos sumergimos en la duda. Abriendo, de esta manera, la puerta a los oportunistas, que amparados en la desaparición de la objetividad, se abren paso a codazos y atrevimiento exento de escrúpulos, para vender humo cultural. Mientras tanto, perplejos, podemos observar la desaparición de patrimonio cultural, debido a la falta de interés consecuencia de la actividad de los tahúres culturales que copan la supuesta supremacía intelectual.

No hay que esperar a que algo desaparezca para valorarlo. El patrimonio arqueológico de carácter industrial, factorías de garum, curtidurías, bodegas..., son hoy valores dignos de estudio y protección, pasando a formar parte de nuestros bienes de mayor interés histórico. Lo que olvidamos es que en su día eran sólo unas instalaciones productivas sin ningún otro tipo de provecho. Cartagena, ciudad portuaria, minera e industrial, posee todavía instalaciones fabriles que, si bien hoy en día puede parecer que carecen de valor histórico, en un futuro demostrarán qué tipo de ciudad era, como vivían los Cartageneros del siglo XX, y posiblemente podrán ayudar a esas nuevas generaciones futuras a entenderse a sí mismos.

La chimenea de Peñarroya, perdido ya su valor industrial, es un ejemplo de patrimonio cultural íntimamente unido a la memoria histórica de todos los cartageneros. Sus cien metros de altura es el recuerdo de un apasionante pasado. Pasado en el que la economía de la comarca se basaba en la actividad portuaria, la transformación de minerales, la industria petroquímica, el comercio, la pesca y la tradición castrense. Es necesaria la promoción de la conservación del patrimonio industrial, aunque hoy pueda parecer carente de valor cultural, sin duda cuenta en Cartagena y su entorno con elementos muy singulares, evidentemente digno de conservación, debiendo ser una indudable apuesta por el futuro.

Hoy en día no apreciamos el valor estético de una central térmica en Escombreras, que es considerada como una simple instalación técnica, aunque en un futuro podría considerarse como una catedral de la tecnología pasada, o una nave industrial en desuso a los pies del monte de San Julián, visto hoy como un vertedero y foco de suciedad. Pero estos espacios abandonados podrían ser reciclados en centros culturales y artísticos, asegurando la permanencia de estos particulares elementos.

Las dimensiones culturales de un pueblo se miden en la capacidad de creación artística, al igual que en la capacidad de protección de su patrimonio cultural. «No perdamos nada del pasado. Sólo con el pasado se forma el porvenir». Anatole France (Anatole François Thibault), Premio Nobel de literatura. Por tanto apoyémonos en nuestro pasado para crear el mejor de los futuros posibles, ya que olvidar lo que fuimos ayer amputa el mañana.