La historia de hoy nos lleva a conocer un poco más el viejo matadero que se construyó en nuestra ciudad a finales del siglo XIX en las cercanías de la Algameca chica. Vino a sustituir al anterior que se encontraba en el camino hacia el barrio de Santa Lucía y muy próximo a la zona de el Batel y los varaderos. Precisamente por su situación, entre la muralla de Carlos III y el Castillo de los Moros, las autoridades militares deseaban su eliminación, y si a ello sumamos sus deficientes condiciones higiénicas, era cuestión de urgencia ver terminados sus días.

La sanidad en materia alimentaria era importantísima y el estado en que llegaran las carnes a las ´tablajerías´ -nombre con el que se conocía entonces a las carnicerías- debía ser perfecto y reunir las mayores garantías sanitarias. Imprescindible era una correcta ventilación, iluminación y suministro abundante de agua para la limpieza del mismo con un buen sistema de evacuación.

Siguiendo con la historia, una vez más, la adinerada burguesía cartagenera tuvo su protagonismo pues los terrenos fueron donados por la familia Rolandi, y el proyecto del arquitecto Tomás Rico fue costeado por Justo Aznar Butigieg, gran prohombre de la ciudad. Tras el periodo de información pública del proyecto y su aprobación por parte del Gobernador Civil, el 16 de Agosto de 1890 el Ayuntamiento adjudicaba la construcción al industrial Francisco Vera Fernández.

El establecimiento estaba compuesto por varios edificios dispuestos sobre un gran terreno cercado de forma rectangular. A ambos lados de la puerta figuraban pabellones destinados a gabinete y laboratorio del veterinario inspector, personal administrativo y el conserje. A continuación en edificaciones aisladas se disponían las naves de matanza de reses lanares y de cerda, complementadas con un quemadero y secadero de pieles. En cuanto al personal, la plantilla prevista estaba compuesta por dos inspectores de carnes, un administrador o conserje, un portero y varios matarifes.

Del reglamento para el régimen interior que regulaba su funcionamiento sabemos que a los primeros se les exigía ser profesores de veterinaria de primera clase. El conserje tenía la obligación de presentarse en el matadero una hora antes de la matanza y tomar nota a los pastores del número de reses que habían introducido. El portero debía vivir ineludiblemente en su lugar de trabajo, vigilarlo y conservar cuantos utensilios se le entregaran mientras que los matarifes vestirían un traje de faena compuesto de gorro, blusa y calzones de tela fuerte.

Por último mencionar que, aunque muy modificados, algunos de los edificios del matadero subsisten hoy en día como parte de las instalaciones que la Infantería de Marina posee en las cercanías de la Algameca chica.