El 30 de marzo de 1926 quedó marcado en el calendario de nuestra ciudad como un día negro y triste, especialmente para la cercana diputación de Alumbres. Allí se encontraba la fábrica de explosivos Santa Bárbara, conocida como Garrabino por los habitantes del pueblo, y que pertenecía a la Sociedad Franco-Española de Explosivos.

Uno de los directores de la fábrica fue el súbdito italiano Camilo Calamari, importante hombre de negocios y propietario de la preciosa finca Villa Calamari en San Félix. Volviendo al fatídico día, a primera hora de la tarde tanto en Cartagena como en La Unión se pudo escuchar una tremenda detonación que hizo pensar lo peor. En ese momento faenaban en el interior de la fábrica noventa y cinco trabajadores de ambos sexos pero la desgracia se cebó en el taller de elaboración de nitroglicerina.

Allí al parecer un obrero golpeó con un martillo un tubo de ebonita que contenía nitroglicerina y provocó una explosión que se extendió a un depósito con 350 kilos de dicha sustancia. Nueve trabajadores perdieron la vida en el acto y la onda expansiva provocó heridas a otros diez que se encontraban en departamentos cercanos al afectado.

Tan pronto como se conocieron los hechos se trasladaron hasta allí miembros de la Guardia Civil, Cruz Roja de La Unión, el Llano del Beal y Cartagena. Las primeras personas en acercarse al lugar fueron el teniente de la Guardia Civil señor Leseduarte, el médico de Alumbres, Luciano Estrada, y Manuel Rodríguez que ejercía de forense en La Unión. La tarea más desagradable fue para los miembros de la Cruz Roja y los obreros de la cercana mina de La Parreta, encargados de recoger los restos de los fallecidos que se hallaban esparcidos por los alrededores.

Según el testimonio de uno de los supervivientes la sensación fue como la de un terremoto pero acompañado de una lluvia de piedras y astillas de madera. Ventanas y puertas de talleres anexos fueron arrancados de cuajo y hasta pesados trozos de hierro aparecieron a más de doscientos metros del lugar de la explosión.

Por supuesto no faltaron los vecinos de Alumbres que acudieron a echar una mano y a preguntar angustiados por la identidad de los fallecidos. Habría que esperar dos años, concretamente el 18 de marzo de 1928, para hacer entrega al médico Luciano Estrada de la Cruz de Beneficencia por su actuación en esta tragedia. Insignia que fue costeada íntegramente por el pueblo de Alumbres mediante suscripción popular y que el galardonado dedicó a su padre.

Pero Luciano no sería el único, pues en febrero de 1929, con ocasión de la inauguración de la Casa de Socorro y Ambulancia de la Cruz Roja en Escombreras, se hizo acto de entrega de la Cruz de Beneficencia de tercera clase a tres guardias civiles por su heroico comportamiento tras la explosión de la fábrica. Un suceso que por desgracia no sería el último ocurrido en estas instalaciones pero sí el más grave de todos los que acontecieron en este polvorín de Alumbres.