Cercana la vuelta al colegio para miles de niños, me gusta en estas fechas dedicar la historia a temas relacionados con la enseñanza y sus protagonistas. Por eso hoy recordamos la figura de Pascual Martínez Moreno, quien ejerció su magisterio en el barrio de Santa Lucía o La Isla que le llaman sus habitantes. Hijo y hermano de profesores, su padre Pascual Martínez Palao fue un gran pedagogo, no es extraño que la vocación le llegara muy pronto ingresando en la carrera por oposición en 1881. Tras un breve paso por Molina de Segura, el 11 de octubre de ese mismo año tomó posesión de su plaza en Santa Lucía, puesto que mantendría durante 48 años. De ellos, nueve los dedicó voluntariamente a dar clases nocturnas a los obreros, labor que ejerció hasta que el Ayuntamiento dejó de costear el alumbrado de la escuela.

Alumnos suyos fueron dos alcaldes de Cartagena, Francisco Jorquera y Julio Mínguez, médicos como Pedro Jorquera Schmid, Pedro Martínez Ortiz y Felipe Reverte, así como practicantes de la Armada como los hermanos Gabriel y Jesús Martínez Ortiz. Pero nuestro protagonista fue sobre todo un hombre polifacético que cultivó como ahora veremos la poesía, la literatura y tuvo tiempo hasta de dedicarse a la invención. De su producción literaria destacaría su libro Cartagena y la Caridad, publicado en 1911 y donde hacía una reseña histórica de los establecimientos benéficos de la ciudad y que dedicó al Ayuntamiento. Entre los premios obtenidos figura el de los Juegos Florales de Murcia de 1899, los Juegos Florales de la Cruz Roja de Cartagena de 1902 y el certamen literario organizado con motivo de la coronación de la Virgen de la Caridad en 1923.

Tres obras teatrales salieron de su pluma: En el seno del crimen, Un alcalde en la Manigua, y Fototipias cartageneras. La primera fue estrenada en el Teatro Principal y las otras dos en el Teatro Circo. En 1897 patentó su invento llamado Antigotérico Schmid por el que se conseguía la impermeabilidad absoluta de los terrados de láguena. Tanta actividad se vería recompensada con sendos homenajes, el primero de ellos tuvo lugar en 1927 por parte de quienes habían sido sus alumnos, y el segundo en 1929 organizado por sus compañeros de profesión al habérsele concedido la Medalla del Trabajo. Esta última distinción fue propuesta al ministro de Trabajo, Comercio e Industria por el Consistorio cartagenero, y más concretamente por la Comisión Municipal Permanente, que autorizó al alcalde Alfonso Torres a solicitar tan merecida y prestigiosa distinción.

Serían muchas las historias que se podrían contar de don Pascual, pero para la reflexión del lector he querido terminar con sus propias palabras pronunciadas en 1886, y en las que elogiaba la escuela y a los maestros: «La escuela no es más que el cultivo de tiernos corazones y de inteligencias apenas nacidas, el laboratorio constante donde se perfecciona la naturaleza, el origen de esos genios que honramos más tarde. En su estrecho recinto que encierra el porvenir de las naciones el maestro, el artista de la civilización y el progreso, como le ha llamado Laurent, dirige desde su plataforma el timón de la nave social».