Han estudiado dirección de empresas, magisterio, ciencias medioambientales o educación social. Pero ahora, sus vidas están repartidas entre pequeños empleos, a los que ellos llaman 'minijobs'; que les sirven para capear la crisis de forma precaria y no depender tanto de sus padres.

Pese a que muchos de ellos también hablan con fluidez alguna lengua extranjera, a esta generación de jóvenes cartageneros cualificados que empuja el horizonte se la puede ver trabajando como camareros, reponedores, peluqueros, músicos, como voluntarios en alguna ONG y, hasta haciendo de árbitro o futbolista, entre otras muchas otras labores que desempeñan a salto de mata de forma asidua para conseguir algo de dinero que «nos permita cierta autonomía», señalan.

No ha sido difícil dar con ellos, rápidamente se identifican con el perfil de 'chico para todo' y, pese a que se muestran desengañados ante la falta de oportunidades, todos coinciden en que «somos felices con lo que hacemos ahora aunque no ganemos mucho dinero porque la crisis nos ha servido para desarrollar nuestra faceta creativa y potenciarnos laboralmente en otros campos más gratificantes», resume Adrián Gutiérrez, que ha pasado de investigar como científico qué mecanismos emplear para limpiar con hongos las aguas residuales de la marca de golosinas Fini, ha realizarle spots comerciales a través de la compañía publicitaria para la que trabaja. «Algo que era un 'hobby' para mí y una necesidad», confiesa; «puesto que al tener un grupo de música necesitábamos hacernos videoclips para promocionar nuestras canciones y ahora me gano la vida con ello, aunque no llego ni a ser mileurista».

Otro de los jóvenes es Javier Roca, él explica que «hago de todo, no paro y aún así no saco ni 400 euros al mes, es imposible». Javier es capaz de aunar la mayor cantidad de trabajos: es camarero, electricista, vendedor de seguros, corta el pelo y hasta futbolista. Aunque asegura que «llegué a ganar algo de dinero con el fútbol, pero ya sólo juego para mantenerme en forma». Javier también oposita para maestro y reconoce que «los jóvenes no podemos estar de brazos cruzados viviendo de nuestros padres, no somos 'ninis', queremos arrimar el hombro para salir de la crisis, aunque parece imposible con tantas cosas en danza, pero no queda otra».

Obligados a salir al extranjero

El éxodo es continuo, Jorge Muñoz es uno de los miles de españoles que abandonan el país -con resignación y tristeza- en busca de una oportunidad. Hace una semana que vive en la ciudad británica de Newcastle, donde trabaja como becario en el departamento de finanzas de la ONG Intermón Oxfam. Sobre ello, este joven expone que «hace muy poco que terminé mi carrera y saqué matrícula de honor en el trabajo de fin de máster, pero ni con esas encuentras tu sitio en España. Es una pena, pero al menos en el extranjero puedo trabajar de lo mío, aunque sea de forma precaria».

Jorge ve el lado positivo de la experiencia que le va a suponer mejorar su inglés, pero también afirma que «yo estaba muy a gusto en Cartagena y económicamente podía sacar algo de dinero para mis gastos haciendo alguna encuesta que me encargaban y pitando partidos de críos. Pero, cuando quieres crecer a nivel profesional, tienes que dar el paso de irte al extranjero, porque en España nadie te da la oportunidad de hacer ni unas simples prácticas».

Por otro lado está Eduardo Carrión, quien se resigna aún a marcharse fuera. Ha pasado de ser educador social a estudiar para enfermero. Es voluntario de Protección Civil y sostiene que «mis padres ya estaban casados cuando tenían mi edad y eso que nosotros trabajamos lo mismo o más que ellos, pero la diferencia es que no tenemos un sueldo fijo». Pese a todo, Eduardo es optimista y ha sido uno de los pioneros en implantar el uso de las redes sociales para informar a la población cartagenera sobre peligros a través de Protección Civil.