Suenan tambores en la lejanía. La batalla es inminente. Escipión se encuentra a las puertas de la ciudad y Magón debe tomar sus decisiones con prontitud. Armará a todos los ciudadanos de Qart-Hadast para defender el enclave púnico en la Península, si hace falta, con su vida. Los guerreros son escasos, muchos partieron con Aníbal hacia Roma, pero la valía de los hombres cobra fuerza en el campo de batalla y eso lo sabe el experimentado guerrero carthaginés.

También conoce la sangre de los púnicos el general romano, ávido de vengar las muertes de su padre y su tío a manos del ejército de Aníbal. El objetivo es claro: tomar la ciudad para asestar un golpe mortal a las aspiraciones púnicas en la Península y el Mediterráneo. El romano conoce su ventaja en número y, habiendo estudiado a Aníbal en numerosas contiendas, sobre todo en la histórica victoria carthaginesa en Cannas, también es sabedor de su supremacía estratégica.

La negociación ha fracasado, como era de esperar. Magón luchará, por su general, por su ciudad y por su pueblo. «Que callen los hombres y hablen las armas», le dice a Escipión antes de volver al interior de la muralla para estudiar la contienda.

Un primer intento por tomar la muralla abortado por los guerreros carthagineses lleva la lucha a campo abierto. Escipión quiere conocer a su rival. La caballería romana busca envolver a las tropas púnicas, una estrategia adquirida del mismísimo Aníbal, pero Magón está preparado para este ataque y resiste la embestida romana. La Legio III apenas abre brecha con sus jabalinas y las legiones se repliegan para plantear otro ataque. Magón confía: «Esto puede ganarse». Quizá exceso de confianza, quizá saber que la batalla no puede alargarse -la moral de los carthagineses, con muchos hombres civiles, va decayendo- el general púnico manda sus tropas a campo abierto, junto a los siempre combatientes mercenarios. El despliegue se produce con valentía, destacando la fiereza de íberos, celtas y Uxama, así como la puntería de los honderos o el arte de la espada de lobetanos e ilergetes. Pero es ahora Escipión quien domina el tablero del juego.

Catapultas en ambos bandos buscan abrir brecha entre las formaciones, pero es la llegada de las legiones navales por el Puerto y por el Estero lo que vuelca la balanza del lado romano.

Las tropas se retiran a la puerta de la ciudad para repeler el último ataque, pero ya es imposible. Una embestida por dos flancos obliga a los púnicos a replegarse y a Magón a tener una última cita en el campo de batalla con Escipión.

Hombre de honor, Magón planta cara por última vez al general romano, pero este reconoce en el púnico una gran valía y perdona la vida al carthaginés, así como a todo aquel que deponga las armas. «Todo el mundo recordará el pueblo que salvó con su sangre esta ciudad». Palabras que retumban en la muralla antes de que Magón, finalmente entregue la ciudad al Imperio.