Nuestro personaje de hoy, totanero de nacimiento, una vez retirado voluntariamente del Ejército en 1885 con grado de comandante, desarrolló en Cartagena una vida marcada por la política y los negocios. No es posible hablar de estos últimos sin mencionar su matrimonio con Florentina Pedreño Deu, hija de uno de los grandes propietarios mineros como fue Andrés Pedreño Torralba. Orgulloso padre y suegro que, habitando ya en el espectacular palacio de Puerta de Murcia que lleva su nombre, les regaló el que había sido su primer domicilio en la calle Jabonerías y que décadas después se convertiría en la iglesia de los Padres Claretianos.

Persona comprometida con su ciudad, ejerció el cargo de concejal del Ayuntamiento pero su gran valía le hizo llegar a ser diputado a Cortes y senador del Reino. De su etapa en el Consistorio, destacaría el gesto que tuvo, junto al acaudalado comerciante Pedro Conesa, de adelantar al Ayuntamiento los fondos necesarios para poder finalizar la carretera que uniría la ciudad con La Palma.

Hombre altruista como pocos, no dudó en colaborar con entidades benéficas como el Hospital de Caridad, del que era miembro de su Junta de Gobierno, la tienda Asilo o la Casa de Misericordia. Inolvidable su ofrecimiento en plena epidemia de malaria en 1884 de costear toda la quinina que fuera necesaria para los enfermos del barrio de la Concepción mientras persistiera el brote.

Fueron múltiples las instituciones en las que desempeñó cargos de importancia, la Real Sociedad Económica de Amigos del País, el Círculo Mercantil o la Junta de Comercio son algunos ejemplos del orden civil. Del orden religioso, destacaría su elección en 1910 como hermano mayor de la cofradía california, una labor que tres años después los encarnados le reconocieron regalándole un dije -broche- de oro con piedras preciosas con el escudo de la cofradía, al finalizar la procesión del Miércoles Santo.

Cónsul del Imperio Austro-Húngaro, propietario de una casa de banca, consignatario de buques, sus conocimientos le hicieron llegar a ser consejero del Banco de España de la sucursal cartagenera y representante depositario de la Compañía Arrendataria de Tabacos. Y no estaría completa la figura de Justo Aznar si no mencionara algunas de las condecoraciones recibidas, tales como la Cruz de Isabel la Católica o la Gran Cruz del Mérito Naval. A su fallecimiento, en enero de 1915, no es extraño que la prensa afirmara que Cartagena perdía "uno de sus mejores hijos, uno de sus predilectos abogados, uno de sus incansables patronos".