Hace cuarenta años que Pepa Bas empezó a vender pianos y accesorios musicales en una tienda de electrodomésticos del centro de Cartagena. Esta mujer se valió de su pasión por la música para ´dar a luz´ a la que ha sido hasta ahora la tienda de instrumentos musicales por excelencia de la ciudad portuaria. No por la crisis, sino porque le ha llegado la hora de jubilarse, la dueña decide echar la persiana de forma definitiva de un negocio que ha sido parte de la historia moderna de esta ciudad, que ahora se despide de cuarenta años de arpegios.

La calle Puerta de Murcia tiene la aglomeración típica de viandantes de un viernes a primera hora de la tarde. Un joven que camina por la céntrica calle ve los carteles de ´liquidación´ pegados en el escaparate de Arpegio, la tienda referente de instrumentos musicales de la ciudad. El muchacho entra, está buscando una guitarra española que le convenza, toma una que tiene buena pinta y se la lleva a la sala que hay al fondo del local. Tras puntear unos momentos comienza a tocar virtuosamente una serie de arpegios –recorrer una a una las notas de un acorde en vez de darle a todas las cuerdas a la vez–, muy apropiados para el momento.

Las notas inundan la tienda mientras Pepa Bas, la propietaria, mira unos papeles de cuentas. Esta mujer entrada en la setentena ha pasado toda su vida escuchando a demasiados músicos como para sorprenderse de la habilidad del joven guitarrista.

Pepa tiene que organizar todo el pesado asunto de la liquidación. Pretende vender todos los instrumentos que le quedan para poder cerrar el local a finales de este año.

Un hombre mayor entra en la tienda, compra un juego de cuerdas para guitarra clásica y le pregunta a Pepa si de verdad cierra la tienda. La mujer, sin poder casi contener las lágrimas responde: «Sí, porque ya me ha llegado la hora de jubilarme, llevo cuarenta años trabajando y todo tiene su fin, al final hay que claudicar. Me duele porque todo esto lo parí yo y por eso emocionalmente lo llevo mal».

Un momento después, tras despachar al hombre del juego de cuerdas, Pepa vuelve al trabajo, el joven guitarrista ha abandonado los arpegios y comienza a tocar la melodía de Billie Jean de Michael Jackson. La dueña continúa sin prestar atención especial a las habilidades del muchacho, en vez de eso recuerda cuándo comenzó todo, recuerda aquel año 63 cuando su marido abrió la tienda de electrodomésticos, y aquel 1979 cuando ella se empeñó en vender pianos y accesorios musicales en aquél local, que terminó transformando los frigoríficos en guitarras, saxofones y violines.

Una mujer de unos treinta y tantos llega a la tienda con sus dos hijas casi adolescentes para comprar un libro de partituras, y la pregunta surge de nuevo: «¿ Es que cierra usted la tienda?». Pepa responde lo mismo que al hombre mayor del juego de cuerdas. «¿Y nadie va a hacerse cargo de la tienda? Es toda una institución», pregunta de nuevo la mujer. «Tengo cuatro hijos y ninguno quiere ocuparse de la tienda», responde Pepa.

Después de haber atendido a esta última clienta, la dueña vuelve a sus asuntos, pero la nostalgia aflora fácilmente. Revive su estancia en el colegio Las Carmelitas, con ocho o nueve años, cuando al final de clase se quedaba un rato escondida tras la puerta del aula donde varias niñas aprendían a tocar al piano, sólo par escucharlas. Sus padres nunca le permitieron aprender música, era otra época, había otra mentalidad y, también influiría que eran una familia numerosa. Pepa tenía siete hermanos.

Un músico cubano aparece por la puerta de Arpegio, lleva una camiseta hawaiana y unas gafas de sol apoyadas sobre la frente. Se acerca al mostrador y sin dejar de mascar chicle pide una funda para su teclado eléctrico. Tiene un concierto con su orquesta dentro de poco en Benidorm y necesita un estuche nuevo. Mientras es atendido charla amistosamente con Pepa. Esta mujer conoce a muchísimos de los artistas cubanos que viven en la ciudad. Ellos la llaman su ´mamá española´. Pepa ayudó a muchos de estos músicos cuando llegaron a España con una mano detrás y otra delante. Les dio instrumentos que necesitaban para tocar y ganar algo de dinero a cambio de pagarés. Muchos de los artistas pagaron su deuda con Pepa, de otros nunca supo nada.

El chico termina de tocar la guitarra, la deja, pregunta por el precio, se queda pensativo y se marcha. Por casualidades del destino, otro muchacho joven aparece con una guitarra eléctrica para probar un amplificador. Los arpegios del primer músico se sustituye por los sólos de jazz y rock del segundo.

«Me casé joven», recuerda Pepa. Aquella niña que escuchaba a escondidas a sus compañeras tocando el piano se metió al conservatorio a estudiar ese instrumento en cuanto tuvo medio criados a sus tres primeros hijos, a quienes también introdujo en el mundo de la música llevándolos con ella a la escuela de música. Después de cinco años, además de ser pianista, tenía la carrera de solfeo, lo que le hizo posible que consiguiera manejarse en las labores de su propia tienda de instrumentos.

Ha trabajado mucho a lo largo de su vida y no ha practicado tanto con el piano como hubiese querido. Ahora por fin se jubila, y ésto, aunque para alguien con tanta pasión por la música como ella sea dramático, tiene su lado bueno. Intentará viajar, disfrutará de sus hijos y nietos, y por supuesto de su piano y de ella misma. Durante cuarenta años Pepa Bas ha proporcionado a músicos novatos, expertos, jóvenes que comenzaban sus primeros pasos en el conservatorio y a muchachos de pelo largo que soñaban con ser estrellas de rock, los instrumentos con los que expresarse, aprender, crear y hacer arte. Ahora los arpegios y punteos, las melodías y compases se callan en Puerta de Murcia y, Arpegio, entre lágrimas de la dueña y de algunos clientes, cierra la persiana. Y no por la maldita crisis, sino porque Pepa Bas ha decidido, justamente y con todo su derecho, dejar a una ciudad sin acordes.