«Era un hombre muy tranquilo, serio y apacible». Así recuerda Cristina Calandre a su abuelo, el cardiólogo Luis Calandre Ibañez (Cartagena 1890 - Madrid 1961), que fue discípulo de Ramón y Cajal, el introductor de la cardiología en España y quien hizo que esta ciencia avanzara dentro del país. Cristina reside acrualmente en Madrid y asiste al homenaje que el Casino de Cartagena le dedica al doctor y que comienza hoy en su sede de la calle Mayor.

Cristina no sabía hasta donde llegó el trabajo de su abuelo hasta que por casualidad encontró los tres mil documentos que la familia tuvo guardados durante toda la dictadura franquista. «Cuando mi abuela murió (la esposa de Luis Calandre), desmontamos su casa y encontramos en el sótano los documentos escondidos que demostraban que mi abuelo organizó un hospital durante la guerra en el que se trató con éxito una epidemia de malaria y que fue de los primeros cardiólogos en realizar cardiogramas, pero claro, estos documentos estaban mezclados con cartas de Azaña, presidente de la República, cardiogramas a personajes conocidos de la izquierda intelectual y, por lo tanto, eran comprometedores para alguien que vivía en la época franquista», cuenta la nieta. Y es que el doctor Calandre fue vocal de patrimonio de la República, además de estar comprometido con los sectores progresistas de la época.

«Mi abuelo era un médico de primer orden y tras la guerra perdió todos los puestos importantes que tenía, incluido la dirección de los servicios cardiológicos de la Cruz Roja en Madrid, que consiguió aprobando la oposición», narra Cristina. Según sus investigaciones, durante la posguerra y parte del franquismo se intentó arruinar a su abuelo por haber estado del lado de los republicanos. «Fue una época muy mala para él, todos sus amigos y colegas de profesión se habían exiliado, sólo le quedaba Gregorio Marañon. Sufrió tres consejos de guerra, una multa que pagó durante años y diez años de juicios civiles».

Tras esas experiencias, el doctor Calandre no tenía ninguna intención de volver a ejercer la medicina en el servicio público, por lo que rechazó hasta diez veces las ofertas que su colega Gregorio Marañon le ofreció. «Marañon cambió de chaqueta y estaba perfectamente instalado en la sociedad franquista, pero mi abuelo no quería formar parte de eso», cuenta Cristina Calandre.

«He escrito un libro sobre todo lo que encontré aquel día en la casa de mi abuela que demuestra lo que digo. Hace veinte años se le hizo un homenaje en la residencia de Madrid en la que estudió y el homenaje de hoy en Cartagena, su tierra de origen. Esto y la calle que lleva su nombre junto a la rambla es lo único que se ha hecho para recordarle en todo lo que llevamos de democracia. Mi abuelo es un personaje olvidado de la historia», opina Cristina.