«La gente empezó a correr y me tiraron por encima de las sillas de la terraza de un bar», narra Francisca Segundo Soto, mientras recuerda cómo sobrevivió al ataque de las fuerzas aéreas alemanas de la Legión Condor, aliadas de Franco, el 25 de noviembre de hace hoy 75 años. A sus 91 años, esta vecina de San Antón, aún guarda en su memoria las cuatro horas de aquel bombardeo 1936. «Iba paseando con José, mi novio, por la calle Jara cuando dieron la alarma de bombardeo. Hasta los milicianos salieron corriendo», dice Francisca, quien huyó hacia el Gran Hotel, donde, según cuenta, mucha gente intentaba entrar a la fuerza porque no les daba tiempo de llegar a los refugios. «Menuda se montó, si te caías al suelo, la gente te pasaba por encima, todo el mundo tenía mucho miedo», relata.

«José y yo nos quedamos en el sótano del Gran Hotel. Desde ahí se oía cómo pasaban los aviones pasar, cómo caían las bombas y el ruido de las las ametralladoras que intentabano derribar a los aparatos. Nuestras baterías no paraban de disparar, pero se les colaban muchos aviones», cuenta Francisca.

«Al ratito de estar ahí, empezaron a meter en el sótano a gente herida, no eran ni milicianos ni nada, sólo gente de Cartagena a la que le había pillado la metralla de las bombas», recuerda la superviviente.

«Mi madre tenía un puesto de verduras en la calle de Santa Florentina y yo no sabía si le había pasado algo o n0. No podías salir hasta que los aviones dejaran de lanzar bombas, porque no te podías fiar, paraban un poco y volvían enseguida», dice Francisca.

A oscuras en el sótano del Gran Hotel, así pasaron Francisca y su novio las cuatro eternas horas de bombardeo enemigo. Una vez acabado el ataque, la gente pudo salir de sus refugios para encontrar una Cartagena herida y con daños que hasta hoy se mantienen. «La Pilarica, una mujer con la que yo tenía amistad, encontró su tienda en la Puerta de Murcia totalmente destrozada», comenta la anciana.

«Cuando pararon las bombas, José se fue a buscar a mi madre y yo me quedé esperándoles en el Gran Hotel. Al rato, volvieron los dos y mi madre me dijo que se escondió debajo de un banco de la Plaza del Lago y que asomaba la cabeza de vez en cuando para lanzar insultos contra los aviones», recuerda sonriendo Francisca. «Lo de la guerra fue una cosa horrible, mi juventud fue bárbara, a mi me pilló todo esto con 15 años. ¡Madre mía, hemos corrido poco debajo de las bombas los de mi generación!», dice Francisca, quien además tiene grabada en la memoria anécdotas que reflejan cómo el pueblo ignoraba la técnología destructiva que se usó durante la Guerra Civil.

«Una vez, al principio de la guerra, estaba con el resto de mi familia en San Antón cuando tuvo lugar el primer ataque aéreo a la ciudad. Mi madre empezó a gritar: Salid, mirad que música tienen los aparatos. ¿Música?, son ametralladoras señora», rememora Francisca riéndose.

«Otra vez, mi madre y yo nos metimos debajo de un árbol. Los del árbol de al lado empezaron a gritarnos: ¡Oye!, no nos tiréis piedras. Nosotras no les estábamos tirando nada, ¿Sabes lo que eran las piedras?, la metralla de las bombas al explotar», relata.