La Ruta de las Fortalezas no solo la corren los hombres y mujeres que tienen un dorsal, que se han preparado durante semanas para afrontar el reto y que a las ocho y cinco de mañana toman la salida desde la Plaza Héroes de Cavite para realizar un recorrido espectacular, de continuas subidas y bajadas, con tramos de tierra y asfalto que deshacen las piernas. Esta carrera es diferente, un espectáculo para los sentidos, que recorre baterías y castillos que adornan el paisaje de una ciudad, Cartagena, inmensa, que ha conseguido unir al turismo tradicional el deportivo.

Entre niños y mayores han hecho deporte gracias a la Ruta de las Fortalezas casi cuatro mil cuatrocientas pesonas en la edición de 2015. Y en torno a ellas se han movilizado cientos de familiares que también han realizado su particular carrera, como Encarni, mujer de uno de los corredores, Paco Dato, que durante meses se ha preparado para completar los 53 kilómetros en seis horas, más de media hora mejor que hace un año. A su marido, como a todos los participantes, el despertador le sonó muy temprano. Acompañada por su cuñada Flori se lanzó a la calle, recorrió la mitad de Cartagena a pie para alentar a su esposo, le ofreció agua y fue recogiendo la ropa que le sobraba conforme avanzaba la mañana. Después se presentó en la línea de meta para darle un beso nada más cruzar la línea de meta y, como ´premio´, se fue a casa con una quemadura por el sol. La historia de Encarni no es exclusiva, la vivieron ayer cientos de mujeres y hombres que sufren en silencio, que están detrás de todos de esos intrépidos que tienen las agallas suficientes para afrontar un reto mayúsculo.

Detrás de la carrera también hay cientos de personas que trabajan para que la Ruta se luzca y haya calado hondo. Uno de ellos es Isidoro Rodríguez, trabajador de grupo Upper, patrocinador principal de la carrera y también aficionado a las carreras populares. En esta ocasión no se calzó las zapatillas para correr, pero sí para colaborar. El viernes por la tarde llegó a las tres a la línea de salida y allí estuvo hasta las dos de la madrugada, después de la salida de la Ultratrail, esa cita de 111 kilómetros que se han atrevido a realizar casi trescientos ´extraterrestres´. Fue a casa, durmió apenas tres horas y regresó a las seis para estar toda la jornada en la calle del Carmen. Él tampoco se llevó la medalla, pero sí la satisfacción de haber colaborado activamente en una cita histórica, la más intensa y larga de cuantas se han disputado hasta el momento.

La seguridad es primordial en una prueba de estas característias. El dispositivo se coordinó desde el camión del 112 que se ubicó en la Escuela de Infantería de Marina en Tentegorra. Desde allí, en un complejo despliegue, un ´batallón´ de personas trabajó sin descanso -esta vez el esfuerzo fue aún mayor que otros años por la celebración de la carrera de la Ultratrail durante toda la noche-. A través de GPS se siguió el paso por diferentes puntos de los corredores, prestando atención inmediata a todos los participantes que requirieron asistencia médica. En las carpas que rodeaban este cambión, además, se afanaban cientos de personas con diferentes cometidos. Fisioterapeutas y médicos atendían a los corredores, que llegaban muchos de ellos extenuados, sobre todo los que cruzaron la línea de meta entre la una y las cinco de la tarde, los momentos de más calor de la jornada. Estudiantes de las tres universidades de la Región -UPCT, UMU y UCAM- también prestaron su apoyo como voluntarios. Ninguno de ellos aparecen hoy en las clasificaciones que les ofrecemos en las páginas especiales que a continuación encontrarán en LA OPINIÓN, como tampoco todos esos componentes de la Armada que se tiraron 22 horas seguidas sin descansar. Ni tampoco Gaspar Zamora, el speaker, que cogió el micrófono el viernes a primera hora de la tarde y no lo soltó hasta las diez de la noche. Todos ellos son los sufridores que el ojo de la Ruta no ve.