Pues sí. Ahí está un mundo mejor y más justo. Los hambrientos tienen la obligación de comerse las uñas o de chuparse el dedo por orden de la superioridad competente. En las guerras se siguen lanzando bombas, pero también se lanzan bombones y botiquines de primeros auxilios. Los pobres piden limosna en lujosos asientos, por obra y gracia de los respectivos consistorios, y los desempleados están menos parados, ya que hay clases de baile totalmente gratis en plena vía pública. Los ricos obsequian mendrugos a los viandantes y los viandantes hacen reverencias a los ricos. Reina el amor fraterno, el ciudadano de a pie sonríe aunque tenga ganas de llorar, la gente se abraza, aun teniendo ganas de darse puñetazos, y las autoridades sanitarias advierten de que el tabaco no perjudica la salud. O sea, que triunfan la ética y los derechos de las personas. ¡Ah! La contaminación atmosférica se neutraliza con máscaras antigases sin ningún coste para el pueblo soberano. Por fin tenemos un mundo mejor y más justo. Ya era hora.