Sé que no debería quizás. Pero me río. Me río de todo y a pesar de todo. La risa es sana, aunque algunos se mueren de risa. Y de llanto. Otros lloran por no reír. No tengo empleo ni perspectivas de conseguirlo. Aun en el improbable caso de que consiguiera uno, sería de nula calidad. Me río. No tengo techo donde pegar el ojo. Me dieron un empujón por no poder pagar y me quedé en la calle.
Contemplo la pálida luna todas las noches. Me guiña un ojo y yo le canto una serenata. Pido céntimos en una esquina y me los gasto en pan si me llega. Sigo riéndome. Puede que alguna vez logre unos ahorros y me compre una silla para poder pedir cómodamente a los transeúntes sin sentarme en el suelo. Tal vez me haga millonario de tanto pedir.
Dejaría el oficio de la indigencia y viviría en uno de esos paraísos fiscales... Conquistaría a una palmera tropical y tendríamos un coco o dos. Ya. No es fácil. Me río de todo a pesar de todo. No tengo nada de nada. Fui constructor, contraje nupcias con un ladrillo y tuve un chalet con pitbull para dar la bienvenida a las visitas inesperadas.
Tuve un coche descapotable con un paraguas para los días lluviosos. Un apartamento con vistas dentro del mar, un poco húmedo, y un yate aparcado en la bañera. Lo perdí todo. Y me río. Tuve una amante y me dejó porque se enamoró de una moto de gran cilindrada con un joven en el asiento.
Sé que quizás no debería. La cuestión es que me río. ¡Me río! Me río sin morirme de risa. Me río... Me río por no llorar. Podría llorar por no reír. Pero me río. Y algunos se ríen de nosotros.