He inventado una puerta. No es como todas. La instalas y tiene la particularidad de ser una puerta que al abrirla y pasar te introduces en cualquier año del pasado. Lo que uno desee. Ya la he probado varias veces… Y funciona. Te das un paseo por ahí, echas un vistazo y te vuelves por donde has venido.
Una puerta del tiempo como las puertas del Ministerio ese de la televisión. El otro día estuve en la prehistoria y le di a un señor una caja de cerillas para que no se molestase en inventar el fuego. Hablando de llamas, visité a Nerón para decirle que no incendiara Roma, ya que era muy peligroso porque los bomberos no estaban inventados todavía. Quiso echarme a los leones por infamia, pero me escabullí.
Puede que no convenga cambiar el curso de la historia aunque uno se vea tentado con una puerta de esta clase. Nuestro presente cambiaría en un sentido u otro. Hace unos días me fui a la Segunda Guerra Mundial… La Primera estaba un poco más abajo. En el campo de batalla mostré la tarjeta roja a los contendientes con el fin de expulsarles del terreno de juego. No me hicieron caso y continuaron lanzándose petardos y bombas fétidas. Unos incorregibles.
He visitado mi infancia y me di algunos consejos… Nada ha cambiado. El hombre suele ser el único animal que tropieza dos veces o tres en la misma piedra. A pesar de la actual “recuperación económica”, me voy y no pienso volver de momento. Cruzaré la puerta con mi equipaje y solicitaré asilo en una caverna prehistórica.
Convenga o no cambiar el curso de la historia, intentaré cambiarlo desde ahí. Daré cerillas a cualquiera y entre todos intentaremos modificar el rumbo. Para que el futuro, que hoy es el aquí y ahora de nosotros, pueda ser diferente. Quizá un poco mejor y más limpio.
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