Reina la sabrossura en el Entierro de la Sardina y con ella renacen las inquietudes en primavera y se hacinan en estrechas calles, que algunos señoritos atildados vetarÃan a la masa que se empeñan en mezclarse sin distinguir entre castas y maneras de degenerarse.
Los murcianos podemos ser mi’quinos e infieles en nuestros afectos, pero leales al código de honor de la fiesta en primavera. La lealtad es para los aventureros de la vida que aman sus desordenes y contradicciones. La fidelidad es para los que necesitan la repetición ceremonial para evitar derramar una gota de té. Y crecen los admiradores de la cultura nipona, y se multiplican los restaurantes de sushi, como una nueva moda de hipsters y aburguesados que quieren comprar la autenticidad en crudo y ganar batallas en la vida con la ayuda de el manual para la guerra de Sun Tzu.
Ludópatas y cuadriculados, muchas veces se buscan y otras más se enfrentan. Algunos intentan domar sus letras anárquicas con cuadernos de caligrafÃa oriental, otros se embarcan en carrozas de cartón para buscar emociones que pronto van a abandonar. Y entre unos y otros el alcohol y las verdades entredichas al calor de la Quema de la Sardina, que un año llega en barco, otro baja en paracaÃdas y otro pedaleando sin carril bici, pero a la que siempre le echamos el alboroque con pitorreos, devaneos y mucho gin con un chorrico de limón.